Sólo bastaron unas horas para que la sesión #53 de Shakira y BZRP diera la vuelta al mundo. Millones de reproducciones en las plataformas de streaming y un trending topic en Twitter demuestran lo evidente: no falta charla de amigos donde no se hable de la canción y, por defecto, de la dolorosa separación de la cantante colombiana y su ex marido, el futbolista catalán Gerard Piqué.

Hay quienes eligieron la palabra «indirecta» para describir la letra que acompaña a un ritmo bailable, alegre y pegadizo, que impone una contradicción semántica frente a la sal que sigue escociendo en las heridas de la estrella pop. Pero, ¿realmente es una indirecta cuando cada pormenor de su vínculo y su ruptura están expuestos en las vidrieras de las redes sociales?

Shakira y Piqué son celebridades de talla mundial. Por eso, no es raro que cada detalle ínfimo de su vida quede desnudo a los ojos del mundo. De un tiempo a esta parte, los famosos incluso aprendieron a sacar provecho del morbo que genera su vida privada para exponerla en Internet a cambio de importantes réditos económicos, con el clan Kardashian como el ejemplo más acabado de la industria del yo.

En 2008, la antropóloga Paula Sibila reflexionó sobre la exposición exacerbada de la intimidad a partir de la multiplicación de los blogs, que hoy viró del peso de la palabra escrita a la supremacía de la imagen. Y así, con la vida privada en la vidriera de las redes sociales, explicó que famosos y no famosos ventilan sus detalles más íntimos en un mundo en donde «venderse» parece casi una obligación.

Esas vidas perfectas de Instagram que nadie cree pero todos consumen demuestran que la canción de Shakira se replica millones de veces, a menor escala, en cada perfil de una red social. Y mientras la colombiana dice que factura en lugar de llorar, los usuarios más anónimos se ponen a la vista de todos a cambio de una recompensa distinta: la validación social.

De este modo, un hábito de consumo basado en la imagen, en el placer inmediato y en el peso de lo material llega a moldear nuestros cuerpos, nuestros vínculos, nuestras rutinas y hasta nuestras propias aspiraciones de vida. No hay tiempo para la introspección y queda muy poco para la disciplina y el esfuerzo sostenido a largo plazo. No hay tiempo para atravesar el dolor en una soledad que, sin likes, parece insoportable. Y así, cada pantalla de cada celular es la vidriera que nos expone, y que nos vende, incluso cuando el mundo nos duele demasiado.