Cada vez es más frecuente escuchar que las parejas -con o sin hijos- optan por adoptar una mascota y convertirla en un miembro muy importante de su familia, al punto de realizar grandes esfuerzos para sumergirlos en el mundo de los humanos.
Recientemente, David Sedaris, un cronista de la revista The New Yorker, reveló en un informe que muchas familias estadounidenses consideran que sus mascotas (en su mayoría perros y gatos) son sus hijos.
Es más, una encuesta realizada en 2019 por la firma de análisis JWT Intelligence confirmó lo ya mencionado al señalar que el 89% de los estadounidenses solteros y el 91% de los que viven en pareja consideran que las mascotas son hijos de hecho.
“Mi hija tiene patas”, aseguraba Melissa, la dueña de una bóxer llamada Ziva, en un reportaje de la BBC América. Ella explicó que, junto su marido, decidieron “no tener hijos humanos” por razones económicas y medioambientales, por lo que adoptaron un perro.
“El mundo está cambiando y la gente se está volviendo cada vez más abierta a lo que es una familia, que hoy puede tener diferentes formas»
“Las mascotas no son niños con pelos, son animales”
En el otro lado del continente, en Europa, se le consultó al educador canino Carlos Carrasco sobre su postura frente a la humanización de las mascotas; el mismo que señaló que “hoy hay una conciencia que hace treinta o cuarenta años no existía”.
“Antes se trataban a los animales a periodicazos, se les daban sobras para comer, pasaban frío… Lo que sucede es que nos hemos ido a otro extremo, en el que la gente trata al perro como si fuera un niño con pelo que ladra: hoy la humanización es el gran mal para las mascotas”, señala Carrasco.
“Si pensáramos en el bienestar del perro, quizás lo que tendríamos que hacer es, en lugar de mimarlo gratuitamente, dedicarle tiempo para hacer suficiente ejercicio físico, ponerle límites y normas y comunicarnos de una manera adecuada con él”, continúa.
Carrasco reflexiona y asegura que “antes al perro se le trataba con más firmeza: hoy podemos discutir sobre la forma, sabemos que se puede educar de otra manera, sin zapatillazo ni periodicazo (por fortuna, la educación canina ha avanzado mucho), pero antes había una cosa buena, que el perro era perro y se le trataba como tal”.
“Pero yo creo que, de alguna manera, tendríamos que volver al fondo de antes (el perro es un animal) pero con la forma de ahora. Con lo que sabemos hoy, en definitiva: que es que se puede educar sin recurrir a la violencia ni al castigo físico…. Y creo que algo similar ocurre con la educación de los niños, donde hemos ido a un extremo en que hoy es el niño el que pega al padre”, finaliza.